Más un año confinados en nuestras vidas, aislados del exterior, recibiendo continua y masivamente información caótica, estresante, preocupante y aterradora han “irritado” como nunca se había hecho antes, el cerebro reptiliano de la humanidad, provocando la más incapacitante de todas las emociones: MIEDO
La científica clínica al frente de la OMS, Soumya Swaminathan, declara a la revista Financial Times, que pasarán cuatro o cinco años hasta que tengamos la COVID-19 bajo control ,que la pandemia podría empeorar potencialmente, y que hay muchos «peros» sobre la vacuna, tanto sobre su eficacia como por su seguridad. Paul Franks, profesor de Epidemiología en la Universidad de Lund, opina que las medidas de desconfinamiento que están iniciando varios países podrían traducirse en un aumento de las tasas de mortalidad “como ha pasado en Alemania, Japón o Singapur”: MIEDO
El estudio de seroprevalencia de sanidad, ENE Covid-19 arroja unas pésimas conclusiones: el virus está en la calle, indetectable y somos mas de 44 millones de españoles desprovistos de defensas contra el SARS-CoV-2. Esto sin pensar en que, además, en breve, se abrirán las fronteras y empezaremos a recibir turistas de otros países: MIEDO
El 40% de la población activa está afectado por un ERTE, cese de la actividad o desempleo; a los que hay que sumar los más de 3.200.000 desempleados que había a principios de marzo y los más de 16.500.000 de personas inactivas ( estudiantes, jubilados, amas de casa, incapacitados, etc), lo que significa que aproximadamente, el 75% de la población española está fuera del motor económico y productivo del país, pero necesitan comer, mínimo 3 veces al día: MIEDO
La recesión post Covid-19 que se prevee dibuja un escenario similar al que existió en el periodo de la postguerra civil del 39. MIEDO
Se empiezan a oír campanas acerca de que el ejército, la guardia civil, las fuerzas policiales preparan ya protocolos de actuación ante la “alta posibilidad de disturbios en la desescalada”: MIEDO
El terreno ya está abonado, la campaña del miedo ha sido la campaña de marketing más potente y mejor orquestada de toda la historia. Con estas perspectivas ¿Quién se atreve a no tener MIEDO? La respuesta es simple: los que han orquestado la campaña, que son una “minoría desconocida” y los locos; pero estos además de ser minoría , no tienen credibilidad y todos ellos dan bastante MIEDO.
El MIEDO es un arma, sobradamente conocida y utilizada, como una de las herramientas más efectivas de control político y social. Una vez instaurado el estado de miedo, la tarea se vuelve mucho más sencilla, ya que, tan solo, hay que alimentarla obligando a la población a permanecer constantemente alerta. Y la neurociencia nos demuestra que nuestro cerebro humano no es capaz de gestionar adecuadamente la incertidumbre.
La violencia psicológica ejercida contra la población por los medios de comunicación, la inconsistencia contradictoria de las decisiones políticas y la proliferación de bulos constituye, en primera instancia, un atentado contra la salud de todos nosotros. La neurociencia ya ha demostrado que el miedo, la falta de ejercicio, la ausencia de sol y la carencia de contacto social, son factores muy relevantes a la hora de debilitar el sistema inmunológico humano y precisamente eso, es lo que, en estos momentos, menos necesitamos.
Y como prueba de ello, vemos que ya el Consejo General de la Psicología de España, en su revista Infocop nos advierte de que “Diez millones de españoles se hallan en riesgo de presentar problemas psicológicos derivados de la pandemia de COVID-19” .
El miedo sea racional o irracional, consciente o inconsciente es algo más profundo que tan sólo una emoción, está alimentado por nuestras creencias y nuestro mapa personal de la realidad. Es capaz de reinterpretar la realidad a nuestra conveniencia subjetiva para empujarnos a evitar aquello que tememos, siendo esto, lo peor que podemos hacer ya que, evitar las situaciones alimentará nuestros miedos.
Y como dijo Tito Livio: “el miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son”.
Ha llegado el momento de volver a la realidad, de salir a la calle y de seguir viviendo fuera de esa burbuja en la que hemos permanecido más de dos meses, porque esta situación en la que nos han sumido es absolutamente insostenible y lo que vamos a encontrar ahí fuera es, cualquier cosa, menos una nueva “normalidad”.
La realidad que vamos a encontrar es un nuevo punto de partida, donde desde la consciencia, el espíritu crítico y la responsabilidad, somos nosotros los que debemos construir la normalidad que deseemos; porque si no lo hacemos, otros lo harán por nosotros y es posible que no nos acabe gustando el resultado.
En el día a día, rodeados de incertidumbre, vamos a empezar a convivir con el mismo virus que nos ha confinado durante más de dos meses, y con el resto del mundo. Y este “resto del mundo” son personas, tan repletas o más que nosotros, de miedo. Miedo disfrazado de maneras previsibles como la preocupación, la frustración, el estrés, la ansiedad, el enojo, la falta de atención, o la agresividad y de otras, no tan previsibles, como el rechazo social, el aislamiento, los policías de balcón enjuiciando a madres con niños autistas, conductores insultando a deportistas de élite que entrenan para dar lo mejor se sí mismos por su país, nuestro país, juicios sumarios desde la completa ignorancia, intolerancia ante la amplia escala de grises, rigidez en las opiniones y las conductas e, incluso, disfrazado de exigencia de cortesía y respeto, pero miedo al fin y al cabo.
La realidad que vamos a encontrar no es nada fácil y dado que, a nivel individual e inconsciente, parece que nos resulta más sencillo ceder el control de nuestra propia vida y circunstancias, que asumir la propia responsabilidad sobre ellas…creo que ha llegado el momento de tener una seria conversación con nosotros mismos y empezar a tomar decisiones.
Una conversación sincera, en la que partamos desde la premisa de que somos esclavos de nuestros miedos, de que estos son capaces de secuestrar nuestra racionalidad en el momento más imprevisto y que, llegado el momento nuestras respuestas inmediatas e inconscientes serán tres: luchar, huir o quedarnos paralizados, si antes no trabajamos y entrenamos su gestión.
El miedo es una emoción sana, que nos protege, siempre y cuando seamos capaces de gestionarlo correctamente y no comportarnos como “pollos descabezados” exigiendo que nos “corten las alas”. Gestionar el miedo no significa ignorarlo, reprimirlo o engañarlo; así solo tendremos un problema añadido. Si lo convertimos en aliado y le permitimos acompañarnos, observándolo de cerca, podremos utilizar en nuestro favor sus beneficios.
Solo de esta manera y dependiendo de la sinceridad en reconocer la autenticidad y magnitud de nuestros miedos, así como el hecho de ser conscientes de nuestros mecanismos interpretativos y emocionales, podremos gestionarlos, cada vez mejor, con responsabilidad, precaución y objetividad. Nos va en ello, no solo, la salud física, sino también evitar que nos lastre la alegría, el entusiasmo y la visión positiva de los acontecimientos del día a día, que nos ayudarán a construir colaborativamente, entre todos, con creatividad, resiliencia e innovación, la realidad en la que queremos vivir.
Como dijo el recientemente fallecido Juan Genovés : “El motor de mi vida fue la resistencia al miedo”
Todos tenemos miedo, la diferencia entre nosotros es que hay algunas personas a las que su gestión les resulta más fácil, probablemente, porque tengan mejores herramientas emocionales y estén más entrenados para hacerlo. La buena noticia es que estas herramientas se pueden aprender y se pueden entrenar. Hacerlo es posible si educamos nuestra mente y desarrollamos todo el potencial de nuestra consciencia para poner claridad en nuestros procesos mentales y emocionales, es decir, en la comunicación sincera con nosotros mismos.
Y nos facilitaremos mucho la tarea, si somos capaces de reconocer que necesitamos ayuda, si nos apoyamos los unos a los otros, si entrenamos nuestro espíritu crítico ante tanta información basura, si nos enfocamos en buscar soluciones en vez de permitir que los problemas nos ahoguen, si nos escuchamos y observamos (nosotros mismos y a los demás) sin juzgar, si acompañamos sin imponer, si practicamos la solidaridad con los que nos rodean, si agradecemos y apreciamos el valor de los pequeños gestos que nos hacen verdaderamente felices, si practicamos la empatía y nos ocupamos de ser útiles y ayudar, en definitiva, si trabajamos, “codo a codo”, en equipo.
En cuanto a las empresas, como organizaciones vivas en permanente evolución, formadas por personas y al servicio de personas, también han de replantearse, si cabe con mayor seriedad, su gestión del miedo, si quieren asegurarse su supervivencia y empezar a tomar decisiones audaces e innovadoras, en vez de esperar a “ver qué pasa”, o creer que las ayudas de un gobierno falsamente paternalista, las sacará de esta situación.
Y la primera decisión estratégica que deberán tomar, respecto al miedo, resulta de la elección en cuanto a:
Opción A-Permanecer anclados en el viejo paradigma a través del cual se rentabiliza el miedo basándose en los mismos principios que crearon el problema: un mundo de sobreconsumo en el que primero se generan los miedos y se agitan con vehemencia para, inmediatamente, vender el remedio que, aparentemente, cubra, tape u oculte el miedo.
Un paradigma en el que se gestionan y dirigen las organizaciones mediante viejos principios autoritarios situando el miedo como variable estratégica de la gestión y utilizando la tensión laboral como estímulo sistemático. ¿Durante cuánto tiempo las empresas han aplicado políticas de miedo (principalmente a perder el trabajo), porque buscan resultados inmediatos?
Opción B-Anticiparse, adaptándose al nuevo paradigma para rentabilizar la gestión del miedo a través de la generación de confianza.
Replantear la misión, visión y valores de la empresa y alinearlos tanto con la utilidad real del producto o servicio que produzcan para resolver de forma efectiva los problemas que la sociedad en general y sus clientes en particular demanden, como con la estrategia de gestión de su capital humano que deberán convertir en la fuerza motora e innovadora de toda la organización.
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Las empresas que decidan aferrarse al viejo paradigma (opción A), basándose en que “siempre se ha hecho así y ha funcionado” quizá logren rentabilizar el miedo a corto plazo, pero están rompiendo los vínculos entre el colaborador y la empresa, mientras se aprovechan sin escrúpulos del miedo de sus trabajadores y clientes. A medio y largo plazo irán viendo disminuir su rentabilidad no sostenible, a medida que las organizaciones que opten por anticiparse y adaptarse al nuevo paradigma, vayan consolidando su nueva estructura y gestión sostenible.
Porque el miedo bloquea la creatividad y la iniciativa, porque las cadenas son tan robustas como su eslabón más débil, porque si se dirige a través del miedo la organización tiende a la mediocridad y a ser más agresiva, porque trabajar con opacidad, genera mayor incertidumbre y desconfianza, porque dificulta la toma de decisiones, distorsiona la comunicación interna y genera un círculo vicioso que se va retroalimentando, dando cabida a nuevos miedos a partir de los temores que ya están consolidados.
Por otro lado, y cada vez en mayor medida, el cliente final gestiona su decisión de compra dentro de un mercado comoditizado (la diferencia de la oferta es insignificante) en función de los valores y sostenibilidad que demuestran las organizaciones y la diferenciación y utilidad de los productos y servicios que estas ofrecen y ellos necesiten.
Sin embargo, a partir de ahora, en este singular momento de inflexión, en el que la realidad es la que impone de forma autoritaria una evolución que, de otra manera, nos hubiera llevado años e ingente esfuerzo implementar, con una situación de crisis como nunca antes hemos conocido, con los nuevos modelos de empresa, de mercados, de negocios, de gestión de capital humano lo que necesitamos son empresas, empresarios y líderes audaces e innovadores con una demostrable calidad humana. Capaces de potenciar y retener el talento, creatividad, motivación e ilusión porque lo que necesitamos son personas dispuestas a trabajar con toda su alma y dar lo mejor de sí mismos.
Ante los difíciles momentos que se nos avecinan, ¿somos conscientes de que las empresas van a pedir a sus trabajadores que “arrimen el hombro”?, pero ¿qué clase de respuesta esperan si la gran mayoría de ellas, desde que se decretó el estado de alarma y suspendieron temporalmente los contratos con sus trabajadores, se desentendieron de ellos y ni siquiera han sido capaces de preocuparse por si tenían algo para comer? Después de dos meses de confinamiento, todavía el 10% de los trabajadores en ERTE no había cobrado un céntimo, ni sabía cuándo lo iba a hacer.
El capital humano es hoy, con diferencia, su activo más importante. El compromiso, la implicación y la solidaridad del capital humano de las empresas se logra cuando esta es capaz de convertir los empleados mercenarios de toda la vida, en socios aliados. Y para ello es necesario e imprescindible que la empresa se ocupe, con sinceridad, del bienestar de todos sus colaboradores, gestione los procesos con transparencia y sin miedos ocultistas, informe con veracidad sobre la situación, los cambios a implementar y los resultados obtenidos, invierta en formación útil (tanto técnica, como emocional) para capacitar a sus colaboradores en la gestión y optimización de los cambios, se promueva y potencie la participación de los mismos en la toma de decisiones, se les preste y facilite todo el apoyo necesario para alcanzar los objetivos y se reconozcan debidamente los logros. Solo de esta manera conseguirá generar confianza, retener el talento, ampliar su capacidad de gestión, satisfacer las necesidades de sus clientes, ampliar su cuota de mercado, garantizar la supervivencia de la empresa y rentabilizar, a medio y largo plazo, la gestión del miedo.
A partir de aquí, la decisión es suya, yo solo planteo la pregunta: Como personas o como empresarios ¿jugamos para ganar o apostamos para perder?